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Justiniano I

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Justiniano I el Grande (En latín: Flavius Petrus Sabbatius Iustinianus; en griego: Ιουστινιανός ) (Tauresium, 11 de mayo de 483 - Constantinopla, 14 de noviembre de 565) fue emperador de los romanos desde el 1 de agosto de 527 hasta su muerte.

Justiniano fue uno de los más notables gobernantes del Imperio Romano de Oriente, destacado especialmente por su reforma y compilación de leyes y por la gran expansión militar que tuvo lugar en Occidente bajo su reinado, sobre todo gracias a las campañas de Belisario. Todo ello formaba parte de un magno proyecto de restauración del Imperio romano (Renovatio imperii romanorum), por el que es recordado como "El último emperador romano". La Iglesia Ortodoxa lo venera como santo el día 14 de noviembre.

Biografía

Justiniano nació en una pequeña aldea llamada Tauresiana (Taor) en Iliria (cerca de la actual Justiniana Prima, Leskovac, Serbia), en la península Balcánica, probablemente el 11 de mayo de 483. Su madre Vigilantia era hermana del famoso general Justino que ascendió desde el ejército a la dignidad imperial. Su tío le adoptó y se aseguró de que recibiese una buena educación: Justiniano siguió así el currículo educativo habitual, centrándose en la jurisprudencia y la filosofía. Avanzó en su carrera militar con gran rapidez, y se abría ante él un gran futuro cuando, en 518, Justino se convirtió en emperador. Justiniano fue nombrado cónsul en 521, y posteriormente general del ejército de oriente. Mucho antes de que Justino se hiciese emperador el 26 de septiembre de 526, ya participaba en las actividades de gobierno.

Los emperadores bizantinos intentaron, en general, recuperar el Antiguo Imperio Romano, pero en el siglo VI uno de ellos consiguió los mayores logros, ese fue Justiniano.

Cuatro meses después, Justiniano pasó a ser el único soberano tras la muerte de Justino. Su reinado tendría un gran impacto en la historia mundial, dando lugar a una nueva era en la historia del Imperio bizantino y de la Iglesia Ortodoxa. Fue un hombre con una capacidad de trabajo fuera de lo común, que tenía un carácter afable, moderado y alegre, pero que también podía ser despótico, artero y falto de escrúpulos cuando le convenía. Era un hombre que no salía de su despacho prácticamente, manejando desde allí el imperio, y por sobre todos los aspectos personales sobresalía su falta de carisma, aspecto casi imprescindible en un soberano absolutista, más aún no despertaba simpatía alguna entre sus subditos, algo siniestro debería tener su persona. Fue el último emperador que intentó recuperar los territorios que poseyó el Imperio romano en tiempos de Teodosio I el Grande, y con este fin, puso en marcha grandes campañas militares.

También desarrolló una colosal actividad constructiva emulando la de los grandes emperadores romanos del pasado. Partiendo de la premisa de que la existencia de una comunidad política se fundaba en las armas y las leyes, prestó especial atención a la legislación y pasó a la posteridad por ser el inspirador del Corpus Luris Civilis. La intención de este código era recopilar una serie de leyes de la jurisdicción romana y armonizarla todo lo posible con la cristiana a fin de crear un imperio homogéneo. Su pensamiento circundo, durante toda su actividad como emperador, en la idea del poder imperial sustentado por la gracia divina, es decir que el emperador era una entidad representante de dios sobre la tierra.

En 523 se casó con Teodora, una ex-actriz; hasta entonces, las actrices resultaban socialmente próximas a las prostitutas, y en el pasado, a Justiniano le habría resultado imposible casarse con ella, pero Justino había aprobado una ley que permitía los matrimonios entre distintas clases sociales, lo que llevaría, ya en el reinado de Justiniano, a una cierta atenuación de las diferencias sociales en la corte bizantina. Teodora llegaría a ser una persona muy influyente en la política del Imperio, y algunos emperadores posteriores seguirían el precedente de Justiniano casándose fuera de la clase aristocrática.

Procopio de Cesarea es nuestra fuente principal para la historia del reinado de Justiniano, aunque también contribuye con muchos detalles de interés la crónica de Juan de Éfeso, que se conserva como fundamento de muchas otras crónicas posteriores. Ambos historiadores hicieron comentarios a veces muy negativos sobre Justiniano y Teodora; Procopio, además de su historia, escribió otra Historia Secreta que recoge varios escándalos de la corte. Las Historias de Agatías reseñan los sucesos acaecidos desde el año 552 hasta 558 o 559.

La segunda mitad de su reinado se vio ensombrecida por la epidemia de peste que se hizo virulenta a partir del año 542.

Teodora murió en 548 y Justiniano la sobrevivió casi veinte años, para morir el 14 de noviembre de 565.

Actividad militar y campañas de Belisario

Política exterior basada en el Recuperatio Imperii

La ideología de la Recuperatio Imperii es una formulación que responde a los sentimientos extendidos entre amplias capas de la población de la Pars Occidens (sobre todo entre el elemento senatorial urbano y sectores vinculados con la administración) y en parte del gobierno del Imperio de Oriente, que intelectualmente juega con la continuidad imperial en Occidente; de hecho, el sentimiento de romanitas se encuentra -en el siglo VI- ampliamente extendido por todo el Imperio y es correspondido por la ideología oficial del gobierno imperial -según la cual éste no se hundió en Occidente sino que los bárbaros gobiernan allí en nombre del emperador de Oriente- y por parte de la intelligentia de Constantinopla (por ejemplo, es el caso del escritor Juan Lido, contemporáneo de Justiniano). Estos sentimientos son aprovechados por la administración justiniana para realizar, precisamente, una política en consonancia con ellos (fuese sincera o interesada).

Campañas contra el Reino vándalo (533 – 534)

En mayo de 530, el monarca probizantino Hilderico fue depuesto por su primo Gelimer aduciendo a que su falta de personalidad habían llevado a los vándalos a ser derrotados por las tribus moras. Las protestas de Justiniano de que Hilderico pudiera regresar a Constantinopla no fueron escuchadas, por lo que preparó con cuidado una campaña que debía combinar eficacia militar y sobriedad de costes. Juan de Capadocia, responsable de las finanzas del Imperio y opuesto a la guerra, accedió al final a llevar los gastos de la campaña de una forma rígida. Belisario, el general más brillante de Oriente fue el encargado de llevar las armas.

La decisión de atacar el reino vándalo coincidió con la aparición en éste de una serie de debilidades. La simbiosis entre invasores e invadidos no llegó nunca a consolidarse, lo cual generó hostilidades con los últimos. El miedo a revueltas internas había conducido a la desfortificación de los núcleos urbanos por miedo a que acogieran revueltas. A su vez un general godo que regía Cerdeña en nombre del monarca de Cartago pretendió con ayuda militar oriental gobernar de forma independiente, pero fue detenido por Gelimer antes de que dicha ayuda llegara.

La flota oriental abandonó los puertos de Constantinopla a mediados de junio de 533 y vía Sicilia alcanzó las costas africanas al cabo de tres meses. Belisario encontró escasa resistencia, y tras un victorioso encuentro con los vándalos de Ad Decimum, ocuparía Cartago dos días después. Gelimer, temeroso de que entronizaran al depuesto rey, ejecutó a Hilderico antes de la caída de Cartago y huyó a los rebordes montañosos. Finalmente optó por entregarse a finales de marzo de 534. Belisario lo condujo hasta Constantinopla, donde el general fue recibido con grandes honores, reservados al Emperador. La provincia fue anexionada al Imperio, a pesar que las tribus periféricas supusieron un peligro durante más de una década.

Campañas contra el Reino Ostrogodo (540 – 554)

A la muerte de Teodorico I el Grande el control de la política ostrogoda cayó en manos de su hija Amalasunta, la cual ejerció el poder en nombre del rey niño Atalarico, hasta que este falleció en 534. La regencia se caracterizó por un viraje político hacia Oriente, generando una fuerte oposición interna. La pronta desaparición de su hijo forzó a la regente a la búsqueda de un monarca formal tras el que seguir moviendo los hilos del gobierno. El elegido fue Teodato, con el que contrajo matrimonio a fines de 534, este pronto se alejó del palacio de Ravena y ordenó la eliminación de su mujer en abril de 535 posiblemente a instigación de Teodora que buscaba un casus belli para la intervención de Justiniano.

Ese mismo año Justiniano daría dos golpes de mano que le permitieron tomar Sicilia al mando de Belisario y Dalmacia por Ilírico Mundo. Teodato recurrió a una embajada papal, pero se envió una embajada Imperial paralela al propio monarca ostrogodo para establecer un acuerdo secreto de cesión de Italia al imperio. Los diversos contratiempos que atravesaba el Imperio en ese momento, como la revuelta de África y la recuperación de territorios por germanos en Dalmacia indujeron a Teodato a romper el compromiso y a hacer frente a los ejércitos de Justiniano.

Justiniano reorganizó la jerarquía militar para poder poner al frente de las campañas italianas a Belisario ya que Mundo había fallecido en la ofensiva de Dalmacia. En su lugar se puso a Constantiniano, que recuperó la ofensiva en Dalmacia, reocupando Salona y expulsando a los ostrogodos de la región. Belisario ocupó Nápoles y finalmente Roma a comienzos de diciembre. Teodato, antes de la caída de Roma, fue depuesto por Vitiges, comandante de su guardia personal que demostró tener gran capacidad para las artes guerreras y puso sitio a Roma.

El precio de la conquista del reino ostrogodo quizá podría considerarse excesivo. Se provocaron continuas campañas de desgaste, siendo víctima principal la población itálica que sufrió la destrucción de su tejido social, productivo, político y fue azotada por la peste. Los veinte años de lucha aceleraron dramáticamente la transición al mundo medieval. Roma perdió su entidad urbana y dejó de ser la ciudad por antonomasia del mundo Mediterráneo.

La Pragmática Sanción de 554, mediante la cual Italia era reintegrada al Imperio Romano, ratificaba la situación de facto al otorgar a los obispos el control de diversos aspectos de la vida civil (como la actividad de los jueces civiles) y la administración de las ciudades, poniéndolos a cargo del aprovisionamiento, la anona y los trabajos públicos, al tiempo que quedaban exentos de la autoridad de los funcionarios imperiales.[1]

Campañas contra el Reino Visigodo (552)

Artículo principal: Provincia de Spania

A finales de 552 Justiniano podía considerar la campaña itálica como finalizada, accediendo ese mismo año a la petición de ayuda formulada en el 551 por el rebelde visigodo Atanagildo a cambio de una franja costera desde Valencia a Cádiz. La colaboración oriental fue decisiva para decantar la guerra civil en el reino peninsular hispano a favor de aquel candidato frente a Agila I. Pero la compensación territorial nunca fue plataforma para la conquista de la antigua Hispania, de hecho, las zonas concedidas en 552 comenzaron a menguar en las décadas siguientes, especialmente durante el reino de Leovigildo, hasta su evaporación en el 624.

Frente al Imperio Sasánida

La “paz perpetua”, firmada en 532 entre Bizancio y el Imperio Sasánida, resultó menos duradera de lo que su pomposa formulación declaraba. El rey Cosroes I esperó la oportunidad de atacar ventajosamente territorio imperial, la cual se presentó pronto, dada la creciente debilidad de la fortaleza militar en Oriente, puesto que las reconquistas en África o Italia se realizaron con tropas y mandos sustraídos de aquella zona y las tropas guarnecidas se debilitaban por la falta de un pago puntual. Justiniano a la par intentó reforzar el domino el la zona mediante la construcción de fortalezas nuevas en la zona.

En el 540 el monarca sasánida Cosroes I desató las hostilidades con una devastadora incursión hasta el Mediterráneo, coronada con la conquista de Antioquía. La defensa de la ciudad no pudo aguantar el asalto persa a pesar de tener una guarnición de 6000 hombres, hecho que manifiesta la debilidad de la zona oriental. La pérdida de Antioquía supuso una enorme carga simbólica.

Las zonas de Armenia y el cáucaso también fueron objetivo del monarca persa, siendo Constantinopla traicionada por el rey de Lazica. Belisario fue llamado inmediatamente. Su presencia en el frente norte frenó la acometida persa en la zona. Pero fue, sin lugar a dudas, un elemento no bélico el que obligó a Persia a replantear su ofensiva: La peste que asolaba su reino en el 545. Por su culpa se vio forzada a firmar una tregua de cinco años, renovada en 551 y en 557, forzada por el desgaste de ambas partes se firmó finalmente la paz en el año 561. Constantinopla se comprometió a enviar un fuerte tributo y a no enviar penetraciones cristianas más allá del Cáucaso.

Frente a los eslavos

Los eslavos ocupaban una zona geográfica intermedia entre los conjuntos germánicos y esteparios. Esto, sumado a una variedad de pueblos, hacia que las incursiones fueran habituales en los Balcanes. A pesar de las contundentes victorias anteriores de Germano y Mundo sobre eslavos y búlgaros, estos últimos penetraron profundamente en el espacio griego a comienzos de 540 hasta llegar al istmo de Corintio, en la típica incursión de botín y cautivos que no produjo daños de cuantía ni la pérdida de puntos de importancia. Los eslavos por su parte llegaron hasta Dirraquio. Las expediciones de los cotrigures fueron más contundentes, llegando a cruzar el Danubio helado y llegando sin oposición hasta Mesia y Escitia donde llegaron a Tracia y dividió sus fuerzas en dos pelotones de saqueo. El mismo Zabergan se presentó en Constantinopla con 7000 jinetes, Belisario tuvo que salir de su retiro para liderar una contraofensiva que conjuró la amenaza.

Persecución y abolición de las religiones no cristianas

La política religiosa de Justiniano reflejó la convicción imperial en que la unidad del Imperio presuponía necesariamente la unidad de fe; y ello significaba indudablemente que esta fe sólo podía ser la ortodoxa. Aquéllos que profesasen una fe distinta, sufrirían directamente el proceso iniciado en la legislación imperial, que con Constancio II continuaba ahora con ferocidad. El Codex recogía dos leyes (Cod., I., xi. 9 y 10) que decretaban la destrucción total de la cultura helenista, incluso en la vida civil, y sus disposiciones sería puestas en práctica con virulencia. Las fuentes contemporáneas (Juan Malalas, Teófanes y Juan de Éfeso) refieren graves persecuciones contra los no cristianos, incluso de personas en las altas esferas.

Quizá el hecho más lamentable tuvo lugar en 529 cuando la Academia platónica de Atenas, fundada por Platón, y que funcionaba desde 361 a. C. pasó a estar bajo control estatal por orden de Justiniano, consiguiendo así la extinción real de esta escuela de pensamiento helenista. El paganismo sería activamente reprimido: sólo en Asia Menor, Juan de Éfeso afirma haber convertido a 70.000 paganos (cf. F. Nau, en Revue de l'orient chretien, ii., 1897, 482). También otros pueblos aceptaron el cristianismo: los hérulos (Procopio, Bellum Gothicum, ii. 14; Evagrio, Hist. eccl., iv. 20), los hunos que habitaban junto al Don (Procopio, iv. 4; Evagrio, iv. 23), los abasgios (Procopio, iv. 3; Evagrio, iv. 22) y los tzani (Procopio, Bellum Persicum, i. 15) en el Cáucaso.

El culto de Amón en Áugila en el desierto libio, fue prohibido (Procopio, De Aedificiis, vi. 2), de igual modo que los restos del culto a Isis en la isla de File, junto a la primera catarata del Nilo (Procopio, Bellum Persicum, i. 19). El presbítero Julián (DCB, iii. 482) y el obispo Longino dirigieron una misión a la tierra de los nabateos (Juan de Éfeso, Hist. eccl., iv. 5 sqq.), y Justiniano trató de reforzar el cristianismo en Yemen, enviando allí a un eclesiástico egipcio (Procopius, Bellum Persicum, i. 20; Malalas, ed. Niebuhr, Bonn, 1831, pp. 433 sqq.).

También los judíos sufrieron estas medidas, pues, no sólo vieron restringidos sus derechos civiles por parte de las autoridades (Cod., I., v. 12), que asimismo amenazaron su privilegios religiosos (Procopio, Historia Arcana, 28), sino que, por su parte, el emperador interfirió en los asuntos internos de la sinagoga (Nov., cxlvi., 8 feb. 553) y prohibió el uso de la lengua hebrea para el culto divino. A aquéllos que se opusiesen a estas medidas se les amenazaba con castigos corporales, el exilio y la pérdida de sus propiedades. Los judíos de Borium, cerca de la Gran Sirte, que habían opuesto resistencia a Belisario durante su campaña contra los vándalos, tuvieron que convertirse al cristianismo y su sinagoga fue transformada en una iglesia (Procopio, De Aedificiis, vi. 2).

El emperador se encontró con una mayor resistencia entre los samaritanos, que resultaron más refractarios a la imposición del cristianismo y se rebelaron repetidas veces. Justiniano les hizo frente con rigurosos edictos, pero no pudo evitar que a finales de su reinado se produjesen hostilidades contra los cristianos en Samaria. La política de Justiniano también suponía la persecución de los maniqueos, con el consiguiente exilio y amenaza de pena de muerte (Cod., I., v. 12). En Constantinopla, en una ocasión, cierto número de maniqueos fueron ejecutado en presencia del propio emperador: algunos quemados y otros ahogados (F. Nau, en Revue de l'orient, ii., 1897, p. 481).

Política eclesiástica

De igual modo que en su administración secular, el despotismo estaba presente en la política eclesiástica imperial. Justiniano trató de regular todo, tanto en la religión como en la ley.

A comienzos de su reinado, consideró oportuno promulgar por ley su creencia en la Trinidad y en la Encarnación, y amenazar a todos los herejes con sanciones (Cod., I., i. 5); mientras que declaraba a continuación que a través de la ley pretendía privar a quienes fuesen contrarios a la ortodoxia de ejercer como tales (MPG, lxxxvi. 1, p. 993). Hizo del credo niceno-constantinopolitano el símbolo único de la Iglesia (Cod., I., i. 7), y confirió fuerza legal a las disposiciones canónicas de los cuatro concilios ecuménicos (Novellae, cxxxi.). Los obispos que asistieron al Segundo Concilio de Constantinopla en 536 reconocieron que en la Iglesia no se podía hacer nada en contra de la voluntad y de las órdenes imperiales (Mansi, Concilia, viii. 970B); aunque también es cierto que el emperador no dejó pasar ninguna oportunidad para reafirmar los privilegios de la Iglesia y el clero, así como proteger y extender el monacato.

De hecho, si no fuese por lo evidente del carácter despótico de sus medidas, casi cabría la tentación de apodarlo “padre de la Iglesia”, pues, tanto el Codex como las Novellae contienen numerosas normas sobre donaciones, fundaciones y la administración de la propiedad eclesiástica; la elección y derechos de los obispos, sacerdotes y abades; la vida monástica; las obligaciones de residencia del clero; el modo de llevar a cabo las ceremonias; la jurisdicción episcopal, etc. Justiniano también reconstruyó la iglesia de Santa Sofía, cuya construcción original había sido destruida durante las revueltas Niká. La nueva Santa Sofía, con sus numerosas capillas y altares, su gran cúpula dorada y sus extraordinarios mosaicos, se convirtió en el centro y monumento más visible de la ortodoxia oriental en Constantinopla.

Justiniano fue conocido por su avaricia, pero también por sus grandes méritos y logros militares, gracias a él, el Imperio Bizantino pudo sobrevivir y perdurar su existencia; si bien, sin las glorias militares de su reinado; hasta 1453, cuando Constantinopla cayó bajo el asedio de los jenízaros del Imperio Otomano.

Referencias

  1. ↑ DUTOUR, Thierry (2003): La ciudad medieval. Orígenes y triunfo de la Europa urbana. – Paidós, Buenos Aires, 2005, p. 90. ISBN 950-12-5043-1
  • Este artículo contiene textos de la Schaff-Herzog Encyclopedia of Religion.

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