La vida y tal

Exceptuando la temporada de monaguillo en Montemayor con el cura don Juan Espejo Gómez (un santo de Montilla como Agustín Gómez, Paco Solano, Varo Baena, Manuel de César, Serrano Portero, Arturo Ramírez, Antonio Carpio, Hidalgo Trillo, López Hidalgo…), mis primeros años fueron estúpidos y vacíos como una campaña electoral. Igual que muchos de mi quinta no supe del derecho a una infancia y una adolescencia, un huevo en amaneceres alternos, a ser posible con patatas fritas, y un par de mecos llegado el caso, pero no tuve a nadie que respondiera. Ni huevos, ni leches (el jamón y la cecina los probé por vez primera, a los 13 años, en Bembibre (comarca del Bierzo, lugar paradisíaco donde nació el eminente profesor cordobés José María Zapico). Sin embargo, cuando espeleché se pasaron y me las dieron todas en el mismo lado. A partir de entonces, mi fe en el ser humano, en los valores tradicionales de la raza franquista y en el aguardiente de garrafón, menguó considerablemente. (En la memoria de aquella España, como esta más o menos, donde siempre estaba empezando a amanecer, guardan lugar preferente los garbanzos de Cañete de las Torres).

Se lo contaba mucho cuando en el trullo de El Aaiún por lo del guardia civil a mis colegas de celda: Rinaldo, Henrik, Alain y el Benson, tan inmersos en el neoliberalismo que la chupaban en vez de mamar (la ideología digo). “Tú ser izquierdoso de mierda. Vivir en el error, tener agua en cabeza por leer a León Felipe y Antonio Machado”, me clamaba anfetaminoso un hijo de la Gran Bretaña. De no ser porque medía 1,90 y superaba las 8 arrobas lo hubiera aplastado en más de una ocasión con mi natural furia española, pero a ver. También leí y releí la Biblia, sobre todo los textos cristianos, más amenos, instructivos y esperanzadores que algunas ponencias pastorales con aroma electoral.

Más tarde, al macarroni, al finlandés, al francés y al Johnny los trasladaron al Puerto, a que se comieran 30 años cada uno por lo del taxista. Se llevaron las Sagradas Escrituras, los Versos y oraciones del caminante, los Campos de Castilla y una botella de Rute medio llena que guardaba en el jergón. En plena crisis mística me arrimé a los Testigos de Jehová, de lo más decente que ha pasado por las cárceles españolas. De los poetas republicanos ni un verso, pero de la Biblia, menos la partida de nacimiento de Moisés, lo tenían todo.

Estoy en un rincón de Bodegas Campos con Manu, José de la Cruz, Carlos Rivera, Pablo García Baena, José de Miguel, Alfredo Jurado, Pedro Galán, Manuel Gahete, Pepe García, Mario Méndez, Juan Antonio Toledano, José Ibáñez, Manuel Fernández, Antonio Nevado, Juan Antonio Mora, Juan Prieto, Juan Ramón Cisneros, Pérez Cubillo, José Luis Priego y Paco Lucena. Pegándole al salmorejo con aceite de Montoro, ajoblanco de La Rambla, berenjenas de Villaviciosa, cordero de Hinojosa, pollo de Doña Mencía, naranjas de Palma del Río y un poco de leche frita, hasta el alba.

Antonio Perea

Escrito en la sección del diario Córdoba "Fantasías y algo de picar" publicado el 6 de mayo de 2012.