Mi relación con Bodegas Campos

En estos últimos años, mis visitas a Bodegas Campos han sido frecuentes. Mi relación con el Ateneo de Córdoba, del cual soy miembro, ha hecho que acuda con más asiduidad a este rincón de nuestra ciudad, aunque el recuerdo que tengo de él, no es exactamente como se nos muestra en la actualidad. Si recreamos al poeta, diré que mi juventud son recuerdos de un patio de barriles, donde descansaba el mosto y la fragancia del olor a vino te hipnotizaba. Pero mis primeros encuentros con La Bodega no fueron fortuitos; en los años setenta, me gustaba jugar a ser turista, abría mi imaginación y recorría con mi novia los lugares que hoy son patrimonio de la humanidad, algo poco usual en aquellos años, si tenemos en cuenta los tiempos en que nos tocó vivir, en los que habíamos abandonado nuestra tierra en pocas ocasiones. Pero, cuando llegábamos a la Plaza del Potro, era riguroso visitar Bodegas Campos, siempre acompañados de un grupo de turistas, entre los que nos mezclábamos con prudencia para que no se notara mucho nuestro acento cordobés. Los veladores de madera, con sus sillas plegables, fabricadas con tablas atornilladas al armazón, ocupaban el puesto de honor delante de los barriles, frente el mostrador, también de madera. El camarero ofrecía la degustación de los caldos de la tierra, acompañados casi siempre por unas aceitunas partidas, aliñadas a la antigua usanza. Mientras, el antiguo tocadiscos giraba y giraba con su disco de vinilo, al que se conectaban un par de altavoces colgados de algún palo provisional, que entonaban las sevillanas del momento, o unos fandangos de Cádiz, o una soleá, o una seguidilla… era lo de menos. Lo importante era hacerse la foto delante de los barriles, la que te recordaría que estuviste en un país que no es el tuyo, que eras un turista que pasaba por allí y que terminaste en el autocar camino del hotel llevando en la mano un surtido de vinos en una caja de tres en la que podías leer Bodegas Campos.

De toda aquella historia, queda poco. Hoy La Bodega se ha convertido en un prestigioso restaurante de nuestra ciudad; pero, por encima de todos los cambios que le han dado prestigio, debo destacar su relación con la cultura y, en particular, con el Ateneo de Córdoba, que ha hecho del lugar sede de sus actos y manifestaciones culturales. En sus patios y salones populares, he podido escuchar a poetas consagrados y a los emergentes, a los que leen el pasado y a los que miran al futuro, a los que son objeto de estudio y a los que aspiran con su poesía a ser innovadores. Hay que recordar que, cerca de La Bodega nació Ricardo Molina, uno de los poetas más ilustre, y representativos del grupo Cántico y que García Baena ha participado en múltiples ocasiones con su poesía o, simplemente nos ha honrado con su presencia, y nos ha contado anécdotas de una época en que los poetas eran considerados extravagantes. Bodegas Campos rinde homenaje a los poetas cordobeses, mostrando en sus paredes poemas representativos, casi siempre con temas alusivos al vino. Pero no sólo de poesía vive el hombre, aunque considere que la poesía es parte de la vida misma y que ésta no puede ser concebida sin ella. El Ateneo de Córdoba tiene durante el año un amplio programa de actividades, entre las que podemos destacar el flamenco, las conferencias y, como no, su día grande: la entrega de la Fiambrera de Plata, con la que el Ateneo rinde homenaje a personas que han destacado en alguna actividad y se proponen como merecedoras de este galardón.

No llevo mucho tiempo en el Ateneo; por ello, no conozco a todos sus miembros, aunque sé que son varios los que trabajan para que esta entidad brille con luz propia. No quiero dejar de mencionar a las personas que me han ayudado y me han dado su confianza en esta institución. Se trata de Antonio Perea y Antonio Varo Baena, presidente y vicepresidente, cuya participación en la organización y en el diseño de los programas es clave.

Pero, volviendo a Bodegas Campos, sin duda su apuesta por la cultura, gracias a la relación que posee con el Ateneo, es novedosa y extraordinaria. Se suele remodelar alguno de los salones más atractivos y originales en el diseño, para la celebración de las actividades, de manera que tanto la poesía como el flamenco, se perciban en este lugar envueltos en un aura mágica. El éxito consiste en la buena relación existente entre Bodegas Campos y el Ateneo, hasta el punto de que he podido comprobar en los actos a los que he asistido, una amplia compenetración entre las dos instituciones. La tertulia, parte esencial también del encuentro, hace que compartas con personas del mundo cultural cordobés, diferentes puntos de vista, comentarios que a veces, despiertan tu imaginación en asuntos tan sensibles como las lecturas e interpretaciones poéticas.

Creo que en estos tiempos tan enrarecidos es un privilegio poder ser parte de todo lo descrito, poder ser aceptado en el “círculo de la palabra”, comprobar que las personas son la parte contribuyente y esencial para toda empresa de éxito y que Bodegas Campos puede seguir siendo por muchos años el lugar donde la poesía no tenga fronteras.

Manuel Sanchiz Salmoral
(Presidente de la Sección de Literatura del Ateneo de Córdoba)