Ateneo de Córdoba. Calle Rodríguez Sánchez, número 7 (Hermandades del Trabajo).

PRÓXIMOS ACTOS DEL ATENEO DE CÓRDOBA

Nueva Junta Junta Directiva del Ateneo de Córdoba

Marzo , 1a.quincena. Conferencia de JUAN ORTIZ VILLALBA. " LA MASONERÍA EN CÓRDOBA ". (Presenta José Luis García Clavero).
Jueves 11 de abril. Conferencia de DESIDERIO VAQUERIZO." LOS ORIGENES DE CÓRDOBA". (Presenta J.L.G.C).
Finales de abril, primera semana de mayo. Proyección del documental "MONTE HORQUERA" de FERNANDO PENCO, galardonado en diversos Festivales internacionales (Italia, India, Holanda etc,)
Lunes 11 de Mayo. Conferencia de MANUEL VACAS." LA GUERRA CIVIL EN EL NORTE DE LA PROVINCIA DE CÓRDOBA.LAS BATALLAS DE POZOBLANCO Y PEÑARROYA- VALSEQUILLO". (Presenta Antonio BARRAGÁN).Todos los actos en la Sede del Ateneo.

CONVOCADOS LOS PREMIOS DEL ATENEO DE CÓRDOBA
XI Premio de Relato Rafael Mir.
XXXIX Premio de Poesía Juan Bernier.
IX Premio Agustín Gómez de Flamenco Ateneo de Córdoba.

Fallo de las Fiambreras de Plata 2023, relación de homenajeados aquí.

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Pregón

De Ateneo de Córdoba
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Los pregones andaluces han tenido siempre una interpretación flamenca. Han sido sus voces y sus maneras resueltas y expeditas de lanzarlas a los espacios abiertos; su rasgo, su afilamiento, sus quiebros y juegos de ejecución lo que les han conferido tal carácter de cante flamenco. Hay quienes entienden el género como un producto que se vende. Es por lo que sitúan su aparición en el siglo XIX, cuando empieza a profesionalizarse en el café cantante. Nosotros lo entendemos como una expresión sensible y una técnica genuina. Los pregones voceados han debido de existir en todas partes, pero en Andalucía, como en su manera de hablar, han tenido su característica genuina que, cuanto más natural, más flamenca. En el momento en que cualquier manera de cantar natural en Andalucía se profesionaliza, nosotros afirmamos que entra en el orden jónico del arte flamenco, esto es, en el proceso del proletariado, que no es ni más ni menos que el campesino que se quiere hacer ciudadano entrando en la ciudad poquito a poco. Así como los burgos se iniciaron en la edad media porque los campesinos tenían productos excedentes que querían cambiar por otros, comenzaron a reunirse en ferias para establecer sus intercambios, y fue así como se fueron reuniendo en burgos, o ciudades. Es muy significativo a este respecto que la colonia gitana de Linares se formara en torno al ferial de San Agustín. Allá iban gitanos nómadas a la compraventa de ganado en la feria, empezaron acampando y terminaron asentándose. Es el proceso del proletariado.

Nada hay que explique mejor el fenómeno del flamenco en su afán de acceder a la ciudad que los pregones. La manera más directa del vender el campesino y el pescador –los dos productores del sector primario- fue cargar con el producto de su trabajo y vocearlo en la ciudad para venderlo. A Juan Brevas (lo dejo de momento con la ese del plural porque así lo llamaban sus coetáneos, sus gentes; fue García Lorca el que eliminó la ese del plural por un efecto sonoro de su gusto poético) le venía el apodo de su abuelo, “El de las brevas” porque vendía brevas, como al Juan Ternero Rodríguez “Niño de las Moras” porque pregonaba y vendía moras. Para los que quieren que el flamenco no sea tal hasta que no se profesionaliza, ahí tienen ya a profesionales de la venta ambulante que utilizan la voz, el grito: el cante, para vender. No lo hacían en el café cantante, lo hacían en plena calle. Por eso eran proletarios, porque no tenían todavía un lugar en la ciudad, un cuarto, una tienda propia donde vender sus mercancías. Nada tenían que ver con los actuales vendedores del mercadillo, que esos sí que han tomado a la ciudad; aquellos eran más modestos.

Otros productos pregonados por las calles eran ya de la propia ciudad, pero conservaban la costumbre antañona… Montilla, la calle Melgar, el Juego Pelotas, las siete de la mañana; es todavía de noche… Un muchacho pasa gritando: “¡Molletes calientes, y van bajeandooo!” Es como el canto del gallo; estás acurrucado en la cama, te remueves perezoso, mientras el olfato aviva sensaciones de pan caliente y las papilas trabajan ilusionadas. La vida tiene por sí misma su cariño y agradeces el canto del gallo, aunque no lo vieras esta navidad; en alguna otra sí, como no siempre el mozalbete pasó de largo su “bajear” de molletes calientes y te dejó ya para siempre las sensaciones y sus emociones al dulce amor de una mesa camilla, mientras el periódico te anuncia que estamos bajo cero.

Los recuerdos se encadenan. Otra musiquilla tierna me hace soñar en la duermevela de hogar que huele a madre, cuando a las nueve de la noche no había televisor ni siquiera aparato de radio. Desde la esquina, la voz pitifina barre como céfiro blando la calle y penetra por las rendijas de la puerta: ¡”Hojaaadres calieeentes!” La verdad, me da coraje que a los hojaldres llamen “dulces de diabéticos”. ¡Qué sabrán de hojaldres verdaderos, los de Montilla!; aquellos calentitos y jugosos; lustrosos por su lomo tostadito, suave y ligeramente abultado; de hojas abrazadas, nunca abrasadas. El hojaldre tiene su punto de jugo mantecoso, de cocido y de calor en aquella especie de caja metálica que, un poco más fuerte, sería de fontanero.

Estos pregones iban desde el mero voceo o grito hasta la propia tonada. Por supuesto que había voces hermosas, laínas, penetrantes que cortaban el aire como una navaja. Recuerdo haber jugado en el colegio a gritar pregones callejeros, ya saben: “Molleeetes calientes, y van bajeandooo!”, “¡Miel de gooota!”, “¡Garbanzos tostaos a caaambio crúo!”, “¡Polos helaos!”, “¡Al picooón!”, “¡Alhuceeema y orégano!”; “¡Leche barata, a perrilla la lata!”… Éste era de los trashumantes que atravesaban las calles con sus piaras de cabras que ordeñaban en las puertas de las casas, en sus latas, ante las vecinas que se arremolinaban con sus cacerolas para recoger aquella leche densa y espumosa. Tantos otros pregones con los que nos divertíamos por ver quien tenía uno más que añadir al vocerío infantil, y el que no supiera seguir perdía…

Estos pregones eran flamencos; aunque, si se hacían entonados, se agradecían más y hasta podíamos seguirlos encantados en un acompañamiento de expectación, como al famoso flautista. Así recordaré siempre al “Tío de las Piñas” por las calles de Montilla.

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