Usar influencias en dar instalaciones

Hace unos días, cuando los amigos del Ateneo Casablanca de Cultura y Deporte hacían entrega a un grupo de cordobeses de las placas de socios honoríficos, entre los cuales me honra, sinceramente, estar, el vicepresidente primero de la Diputación Provincial, Manuel Melero, agradeció, en nombre de los elegidos, los títulos. Las palabras de Manolo Melero reflejaban un poco al niño que el político decía llevar dentro, a este niño que ahoga el cargo o la profesión de político, pero el niño, a fin de cuentas, que durante un rato, en el colegio Albolafia, quiso juntarse con esos otros niños que hacían entrega de las placas.

Y a estos últimos, amigos del Polígono Guadalquivir, quiero referirme, porque como tantos otros chavales de su edad y de otras barriadas cordobesas conviven en unas mínimas condiciones, casi nulas condiciones, para practicar el deporte. Estos niños reclaman, y ya lo recogimos en estas mismas páginas, un pedazo de tierra cubierta de jaramagos, inservible y que no tiene otra utilidad que el provecho que una “posible” especulación del suelo le dé de aquí a unos años, pero mientras desean usar esa tierra para hacer deporte. Así de sencillo.

Ese pedazo de tierra no se les da. Es mejor seguir aprisionando deportivas ilusiones infantiles entre bloques de cemento y hormigón, que da más dinero. Mientras, los niños se van aburriendo en la calle sin un mal balón al que dar patadas o una mala pista donde correr, porque no hay. Y así pasan los años. Y así van las cosas. Ahí tiene Manolo Melero, como en tantas otras barriadas cordobesas, donde poner a trabajar a ese niño que dice llevar dentro, y que no lo dudamos, ahí tiene donde desdoblar su personalidad y emplear su “yo” político, de poder, del poder que hoy gobierna, para a base de trabajo y de influencia procurar a esos chavales un terreno donde jugar y hacer deporte con su “yo” niño al que aún recuerda el político.

Ignacio Cid Luque
Diario Córdoba, 13 de diciembre de 1985