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Guerra de la Independencia Española

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La Guerra de la Independencia española fue un conflicto armado surgido en 1808 por la oposición de España a la pretensión del emperador francés Napoleón Bonaparte de instaurar y consolidar en el trono español a su hermano José Bonaparte, en detrimento de Fernando VII de España, desarrollando un modelo de Estado inspirado en los ideales bonapartistas.

El conflicto puede estar incluido en el marco de la Guerra Peninsular sumándose al enfrentamiento precedente de Francia con Portugal y el Reino Unido, convulsionando toda la península Ibérica hasta 1814.

La guerra de independencia española queda enmarcada en el amplio conflicto de las Guerras Napoleónicas y en la crisis del sistema del Antiguo Régimen, encarnado en la monarquía absoluta de Fernando VII, el conflicto se desarrolló sobre un complejo trasfondo de profundos cambios sociales y políticos impulsados por el surgimiento de la identidad nacional española y la influencia en el campo de los «patriotas» de algunos de los ideales nacidos de la Ilustración y la Revolución francesa, paradójicamente difundidos por la élite de los afrancesados.

Los términos del tratado de Fontainebleau, firmado el 27 de octubre de 1807 por el primer Ministro Manuel Godoy, preveían de cara a una nueva invasión conjunta hispanofrancesa de Portugal, el apoyo logístico necesario al tránsito de las tropas imperiales, que al mismo tiempo fueron tomando posiciones en importantes ciudades españolas según los planes de Napoleón, quien, convencido de contar con el apoyo popular, había resuelto forzar el derrocamiento de la dinastía reinante tradicional, situación a la que se llegaría por un cúmulo de circunstancias que resume el historiador Jean Aymes:

... la expedición a España deriva de una serie de consideraciones entre las que se encuentran mezclados la debilidad militar del estado vecino, la complacencia de los soberanos españoles, la presión de los fabricantes franceses, la necesidad de arrojar a los ingleses fuera de Portugal, la enemistad del Emperador hacia la dinastía de los Borbones, los imperativos de una estrategia política para el conjunto del Mediterráneo y, por fin, para remate y para ocultar ciertos cálculos sucios, los designios de Dios o las exigencias de una filosofía ad hoc. (Aymes, Jean R.: La Guerra de la Independencia, Madrid, Siglo XXI, 1974).

El resentimiento de la población por las exigencias de manutención de las tropas extranjeras, que resultó en numerosos incidentes y episodios de violencia, junto con la fuerte inestabilidad política surgida tras el episodio del motín de Aranjuez, precipitó los acontecimientos que desembocaron en la mítica jornada del 2 de Mayo de 1808 en Madrid. La difusión de las noticias de la brutal represión en las jornadas posteriores al 2 de mayo, inmortalizadas en las obras de Francisco de Goya, y de las abdicaciones de Bayona del 5 y 6 de mayo, que extendieron por la geografía española los llamamientos iniciados en Móstoles al enfrentamiento con las tropas imperiales, decidieron la guerra por la vía de la presión popular a pesar de la actitud contraria de la Junta de Gobierno designada por Fernando VII.

La guerra se desarrolló en varias fases de intercambio en la iniciativa de las operaciones militares entre los bandos enfrentados en función de la movilización de los recursos disponibles por los imperiales y por la puesta en práctica del original fenómeno de las acciones conjuntas de guerrilleros y los ejércitos regulares aliados dirigidos por Arthur Wellesley, duque de Wellington, que provocaron el desgaste progresivo de las fuerzas bonapartistas, aunque al precio de extender el sufrimiento a la población civil, que padeció los efectos de un contexto de guerra total, de exponer a los intereses estratégicos a parte de la naciente industria, considerada una amenaza para los intereses británicos,[2] o disponer el pillaje de ciudades «afrancesadas».[3] A los primeros éxitos de las fuerzas españolas en los meses de primavera y verano de 1808, con la batalla del Bruch, la resistencia de Zaragoza y Valencia y en particular, la sonada Batalla de Bailén, que provocaron la retirada francesa hacia el norte del Ebro y su evacuación de Portugal, siguió en el otoño de 1808 la entrada de la Grande Armée con el mismo Napoleón al frente, que culminó el máximo despliegue de la autoridad ocupante hasta mediados de 1812. La retirada de efectivos con destino a la campaña de Rusia fue aprovechada por los aliados para retomar la iniciativa a partir de la Batalla de Arapiles, el 22 de julio de 1812 y, contrarrestando el contraataque imperial, avanzar a lo largo de 1813 hacia las fronteras pirenaicas, jalonando la retirada francesa con las batallas de Vitoria, el 21 de junio, y la de Batalla de San Marcial, el 31 de agosto. El tratado de Valençay, firmado el 11 de diciembre de 1813, dejaba a España libre de la presencia extranjera, pero no evitó la invasión del territorio francés hasta la derrota definitiva en la batalla de Toulouse del 10 de abril de 1814, provocando la abdicación de Napoleón I, quien más tarde, en su exilio, declaró al respecto:

Esta maldita Guerra de España fue la causa primera de todas las desgracias de Francia. Todas las circunstancias de mis desastres se relacionan con este nudo fatal: destruyó mi autoridad moral en Europa, complicó mis dificultades, abrió una escuela a los soldados ingleses... esta maldita guerra me ha perdido. Napoleón en Santa Helena, Prólogo de La maldita guerra de España. Historia social de la guerra de la Independencia, 1808-1814, Ronald Fraser.

En el terreno socioeconómico, la guerra costó en España una pérdida neta de población de 215.000 a 375.000 habitantes,[4] por causa directa de la violencia y las hambrunas de 1812, y que se añadió a la crisis arrastrada desde las epidemias de enfermedades y la hambruna de 1808, resultando en un balance de descenso demográfico de 560.000 a 885.000 personas,[5] que afectó especialmente a Cataluña, Extremadura y Andalucía. A la alteración social y la destrucción de infraestructuras, industria y agricultura se sumó la bancarrota del Estado y la pérdida de una parte importante del patrimonio cultural.

Todo este sacrificio, sin embargo, no resultó en un fortalecimiento internacional del país, que quedó excluido de los grandes temas tratados en el Congreso de Viena, donde se dibujó el posterior panorama geopolítico de Europa. En el plano político interno, el conflicto permitió el surgimiento de la identidad nacional española, aunque por otro lado dividió a la sociedad, enfrentando a patriotas y afrancesados. También abrió las puertas del constitucionalismo, concretado en las primeras Constituciones del país, las de Bayona y Cádiz, y aceleró el proceso de emancipación de las colonias de América, que accederían a su independencia tras la Guerra de Independencia Hispanoamericana. La posterior reinstauración de la dinastía borbónica y el retorno del absolutismo, encarnado en Fernando VII, así como el reforzamiento de la Iglesia Católica, abrieron en España una era de luchas civiles entre los partidarios del absolutismo y los del Liberalismo, que se extenderían a todo el siglo XIX y que marcarían el devenir del país:

...en 1808 —o unos años antes, cuando todavía era posible, quizás, una guillotina en la Puerta del Sol— los españoles nos equivocamos de enemigo. Error del que, doscientos años después, todavía pagamos las consecuencias.

Arturo Pérez-Reverte, Una intifada de navaja y macetazo, Diario EL País, 20/4/2008.

En 2008, con ocasión del bicentenario de la guerra, el interés por aquellos acontecimientos y su recuerdo se manifiesta en actos conjuntos hispanofranceses, publicación de ensayos y obras especializadas y exposiciones en diversas ciudades e instituciones de España.[6] [7]

Antecedentes: política exterior y crisis de la monarquía española (1800-1808)

Alianza hispanofrancesa y guerras contra Gran Bretaña

El tratado de San Ildefonso de 1796, firmado entre la Convención Nacional Francesa y Carlos IV de España, representado por el favorito y primer Ministro Manuel Godoy, así como el tratado de Aranjuez de 1801 con el Consulado de Napoleón Bonaparte, restablecieron la alianza tradicional que desde la proclamación de Felipe V de España había regido las relaciones entre la corona española y la de Francia, llevándolas durante el siglo XVIII, en la disputa de intereses económicos y coloniales, a una serie de sucesivos enfrentamientos armados con el Imperio Británico.

En mayo de 1802, cuando el Napoleón decidió forzar la neutralidad de Portugal que se resistía a romper como aliado de la corona británica, el ejército español intervino en Portugal provocando la efímera Guerra de las Naranjas[8] que puso de manifiesto la falta de resolución de la corte española. Desde 1803, España ayudó económicamente y puso a disposición su Armada para la guerra naval contra los británicos, que culminaría en octubre de 1805 en la Batalla de Trafalgar.

La gravedad de la derrota en Trafalgar no tuvo las mismas repercusiones en España y Francia. Napoleón, proclamado ya en 1804 Empereur des Français, hubo de renunciar entonces a la invasión inmediata por vía marítima de Gran Bretaña, pero pudo equilibrar su posición con los triunfos militares sucesivos en Austerlitz,[9] el 2 de diciembre de 1805 y de Jena, el 14 de octubre de 1806, alcanzando acuerdos de paz con austriacos, rusos y prusianos. Sin embargo, en España, la destrucción de la Armada agravó la crisis económica al no permitir las comunicaciones con las colonias americanas, en tanto que aumentaba el recelo hacia la política de alianza.

El Bloqueo Continental

El fracaso de las negociaciones con el gobierno británico del primer ministro Lord Grenville indujo a Napoleón a relanzar con el Decreto de Berlín del 21 de noviembre de 1806 el enfrentamiento directo con los británicos mediante la práctica de la guerra económica total del Bloqueo Continental, que ya se venía aplicando de facto tras el aumento de las tasas aduaneras, el cierre de los puertos del norte de Francia y de las desembocaduras del Elba y el Weser en la primavera de 1806.[10]

La política del Bloqueo orientó el interés de Napoleón hacia la Península Ibérica y el Mediterráneo occidental,[11] incrementando la presión sobre la corte de Portugal, a la que se le advirtió para que adoptase medidas para el cierre al comercio con los británicos desde sus puertos, así como la confiscación de los bienes y emprisionamiento de los residentes en el país. Ante la inacción portuguesa, en agosto de 1807 Napoleón encargó a Jean-Andoche Junot la organización en Bayona del Cuerpo de Observación de la Gironda con una fuerza de unos 30.000 soldados, y retomando la fórmula de 1801 para forzar a aceptar el Bloqueo a los portugueses, reclamó el apoyo de la corte española que, con este fin, envió a través del marqués de Campo Alange un ultimátum al gobierno portugués el 12 de agosto de 1807. A partir del 25 de septiembre de 1807, los portugueses expulsaron a los navíos ingleses pero, anteriormente notificados de que el gobierno británico no permitiría ningún acto hostil contra sus ciudadanos en Portugal, no se realizó ninguna acción en este sentido.[12]

El 18 de octubre de 1807, Junot atraviesa la frontera y pocos días después, el 27 de octubre, el representante de Godoy firma el tratado de Fontainebleau en el que se estipula la invasión militar conjunta, la cesión a la corona de los nuevos reinos de Lusitania y Algarves, así como el reparto de las colonias.[13]

Desprestigio político de la monarquía española: Los sucesos de El Escorial y Aranjuez

A finales de 1807, Napoleón decidió que la débil monarquía de Carlos IV era ya de muy escasa utilidad y que sería mucho más conveniente para sus designios la creación de un Estado satélite.

La presencia de tropas francesas en España en virtud del tratado de Fontainebleau se había ido haciendo amenazante a medida que iban ocupando (sin ningún respaldo del tratado) diversas localidades españolas, como lo fueron Burgos, Salamanca, Pamplona, San Sebastián, Barcelona o Figueras. El total de soldados franceses acantonados en España ascendía a unos 65.000, que controlaban no sólo las comunicaciones con Portugal, sino también con Madrid y la frontera francesa.

La presencia de esta tropas terminó por alarmar a Manuel Godoy|Godoy]]. En marzo de 1808, temiéndose lo peor, la familia real se retiró al Palacio Real de Aranjuez para, en caso de necesidad, seguir camino hacia el sur, hacia Sevilla y embarcarse para América, como ya había hecho Juan VI de Portugal.

El 17 de marzo de 1808, tras correr por las calles de Aranjuez el rumor del viaje de los reyes, la multitud, dirigida por miembros del partido fernandino, nobles cercanos al Príncipe de Asturias, se agolpa frente al Palacio Real y asalta el palacio de Godoy, quemando todos sus enseres. El día 19, por la mañana, Godoy es encontrado escondido entre esteras de su palacio y trasladado hasta el Cuartel de Guardias de Corps, en medio de una lluvia de golpes. Ante esta situación y el temor de un linchamiento, interviene el príncipe Fernando, verdadero dueño de la situación, en el que abdica su padre al mediodía de ese mismo día, convirtiéndolo en Fernando VII.

Aprovechando los sucesos derivados del motín de Aranjuez y el hecho de que tropas francesas al mando de Murat habían ya ocupado el norte de España (amparándose en el tratado de Fontainebleau), Napoleón forzó la cesión de la corona española a su hermano, José Bonaparte, como José I en las Abdicaciones de Bayona.

.Desarrollo de la guerra

Sublevaciones y la declaración de guerra

Las noticias de los hechos de Madrid se extendieron desde la misma tarde del 2 de mayo por todo el país, provocando las primeras reacciones de indignación y solidaridad, a la vez que las primeras declaraciones a favor de un levantamiento armado general en un clima de confusión ante la fragmentación de los distintos representantes del gobierno y el surgimiento de órganos de poder locales o Juntas. El llamado Bando de los alcaldes de Móstoles, promulgado por Andrés Torrejón y Simón Hernández, fue la primera iniciativa desde el ámbito local que contribuyó al desprestigio de la Junta de Gobierno, designada por Fernando VII, ante la declaración de Murat del 6 de junio en la que justificaba los excesos de la represión. El 9 de junio, la constituida Junta General del Principado impulsó el inicio de la rebelión en Asturias a pesar de las presiones de la Junta de Gobierno, que tornaría en enfrentamiento general tras la formación de un ejército de milicias populares campesinas a partir del 25 de mayo, con la nueva formación de la Junta Suprema del Principado.[15] Pocos días antes, el 19 de junio, Napoleón aprobó la convocatoria a 150 representantes de los diferentes estamentos para la asamblea que se ocuparía del Estatuto de Bayona. El 23 de mayo, una vez difundidas las noticias de las abdicaciones de Bayona, la insurrección se inicia en la ciudad de Valencia y en los días siguientes, en Zaragoza, José de Palafox y Melci toma el control de la ciudad tras entregar el mando el Capitán General Guillelmi a su segundo, produciéndose el primero de los Sitios de Zaragoza. Mientras en Murcia, el antiguo ministro Floridablanca preside la constituida nueva Junta. En Sevilla, la Junta local adopta el nombre de Junta Suprema de España e Indias, impulsora del texto considerado como la declaración de guerra formal emitido el 6 de junio.[16] Ese mismo día, un ejército compuesto por militares y milicias campesinas logran impedir la marcha de las columnas imperiales a su paso por el puerto del Bruch, causando la primera derrota relevante del ejército francés.[17]

Repliegue del ejército imperial (junio - noviembre 1808)

Tras las campañas del verano de 1808: Primer sitio de los Sitios de Zaragoza (15 de junio de 1808 hasta el 15 de agosto de 1808) y la Batalla de Bailén (19 de julio). Con la entrada en Madrid de Castaños y González Llamas el 5 de septiembre se puso de manifiesto la dificultad entre los diferentes niveles del poder español para constituir una autoridad única tanto política como militar con la que consolidar los progresos realizados hasta entonces, que habían llevado al repliegue francés hacia el norte del valle del Ebro, y afrontar el contraataque general napoleónico, una vez dispuesta la llamada Grande Armée.

A las rivalidades entre los altos mandos militares, que emprendían acciones sin coordinación, se sumaba la de la divergencia política sobre la reforma del sistema del Antiguo Régimen y el surgimiento de reclamaciones particulares en cada territorio, al amparo del clima de federalismo de facto favorecido desde las diferentes juntas provinciales. A pesar de ello, un acuerdo general permitió constituir el 25 de septiembre de 1808 en Aranjuez la denominada Junta Suprema Gubernativa, presidida por Floridablanca y con un poder limitado, y la Junta Militar, presidida por los generales Castaños, Castelar, Morla, González Llamas, Marqués de Palacio y Bueno, cuya acción resultó ineficaz como demostrarían la sucesión de acontecimientos posteriores. Pocas semanas antes de la entrada de la Grande Armée, las fuerzas españolas lograron tomar el control de Logroño (10 de septiembre) y desplegar posiciones en torno a Tudela, a donde llegó Castaños el 17 de octubre, y Burgos, hacia donde se había dirigido desde Madrid el ejército de Extremadura con el general Bellvedere al frente el 29 de octubre.

A modo de preludio de la nueva invasión napoleónica, las operaciones militares en el entorno de Zornoza, Valmaseda y Güeñes, desde el 31 de octubre de 1808 en el frente de Vizcaya, entre las fuerzas del ejército de Galicia o de «la izquierda», mandadas por el teniente general de origen irlandés Joaquín Blake, y las francesas del mariscal Lefevre obligaron a un repliegue de las primeras, desbloqueando para las últimas la línea de comunicación por el Duranguesado hacia la frontera pirenaica.[18]

Intervención de la Grande Armée: dominación imperial y resistencia (diciembre 1808 - abril 1812)

Sin embargo, Napoleón interviene directamente al mando de un ejército de 250.000 hombres, la Grande Armée. Se trata de un ejército veterano, acostumbrado a los movimientos rápidos y a vivir sobre el terreno, que arrolla rápidamente la resistencia española y a los ejércitos ingleses desembarcados en la península, comandados por el general John Moore. Después de la entrada del emperador en Madrid, tras la batalla de Espinosa de los Monteros y la batalla de Somosierra (30 de noviembre de 1808) y las tremendas derrotas de Uclés (13 de enero de 1809), el segundo de los Sitios de Zaragoza (del 21 de diciembre de 1808 hasta el 21 de febrero de 1809) y Ocaña (noviembre de 1809), la Junta Central —al cargo del gobierno de la España no ocupada— abandona la Meseta para refugiarse, primero en Sevilla, y luego en Cádiz, la cual resiste a un largo y brutal asedio. Desde ahí, la Junta Central asiste indefensa a la capitulación de Andalucía.

Napoleón se disponía a partir en persecución del cuerpo expedicionario británico de Moore, cuando tuvo que salir hacia Francia con urgencia porque el Imperio Austríaco le había declarado la guerra (6 de enero de 1809). Dejó la misión de rematar la guerra en el noroeste en manos del mariscal Soult, que ocupó Galicia tras la batalla de Elviña y luego giró al sur para atacar Portugal desde el norte, dejando el cuerpo del Ney en su retaguardia con la misión de colaborar en la ocupación de Asturias. Sin embargo, la resistencia popular, apoyada por los suministros de armas de la flota inglesa, hizo imposible la pacificación de Galicia, que tuvo que ser evacuada tras la derrota de Ney en batalla de Puentesampayo (junio de 1809). La sublevación popular, dirigida por el capitán Cachamuíña en Vigo, supuso que ésta fuera la primera plaza reconquistada a los franceses en Europa (28 de marzo de 1809). Galicia y Valencia permanecieron libres de tropas francesas, aunque Valencia terminó capitulando en enero de 1812.

De Arapiles a San Marcial: retirada y derrota (1812-1814)

Una vez Napoleón fuera de España, los aliados lanzaron un gran contraataque, obligando al rey José I a huir de Madrid. El ejército francés fue retirándose y perdiendo territorio, pues esta vez, Napoleón se encontraba embarcado en Rusia, donde estaban sus mejores fuerzas. Los franceses abandonaron casi todas sus plazas, y tras las derrotas de Vitoria y los Arapiles, los aliados cruzaron los Pirineos. La guerra prosiguió en Francia, donde finalmente, Napoleón pidió la paz. Las tropas aliadas habían entrado hasta Burdeos, y posiblemente, de no haber sido frenadas, hubieran entrado en Paris antes que los austríacos, prusianos y rusos.

Aspectos de la guerra

El fenómeno de la guerra de «guerrillas» o la petite guerre

Sin un ejército digno de ese nombre con el que combatir a los franceses, los españoles de las zonas ocupadas inventan un sistema nuevo para luchar, utilizado por vez primera en el mundo: la guerra de guerrillas, como único modo de desgastar y estorbar el esfuerzo de guerra francés. Se trata de lo que hoy se denomina guerra asimétrica, en la cual grupos de poca gente, conocedores del terreno que pisan, hostigan con rápidos golpes de mano a las tropas enemigas, para disolverse inmediatamente y desaparecer en los montes.

Como consecuencia de estas tácticas, el dominio francés no pasa de las ciudades, quedando el campo bajo el control de las partidas guerrilleras de líderes como Vicente Moreno Baptista, Espoz y Mina, Jerónimo Merino, Julián Sánchez, el Charro o Juan Martín Díez el Empecinado. El propio Napoleón reconoce esta inestabilidad cuando, en contra de los deseos de su hermano, teórico rey de España, pone bajo gobierno militar (francés) los territorios desde la margen izquierda del Ebro, en una suerte de nueva Marca Hispánica.

La guerra en España tendrá importantes repercusiones en el esfuerzo de guerra de Napoleón. Un aparente paseo militar se había transformado en un atolladero que absorbía unos contingentes elevados, preciosos para su campaña contra Rusia. La situación era, en cualquier caso, tan inestable que cualquier retirada de tropas podía conducir al desastre, como efectivamente ocurrió en julio de 1812. En esta fecha, Wellington, al frente de un ejército angloportugués y operando desde Portugal, derrota a los franceses primero en Ciudad Rodrigo y luego en los Arapiles, expulsándoles del Oeste y amenazando Madrid: José Bonaparte se retira a Valencia. Si bien los franceses contraatacan y el rey puede entrar de nuevo en Madrid en noviembre, una nueva retirada de tropas por parte de Napoleón tras su catastrófica campaña de Rusia a comienzos de 1813 permite a las tropas aliadas expulsar ya definitivamente a José Bonaparte de Madrid y derrotar a los franceses en Vitoria y San Marcial. Al mismo tiempo Napoleón se apresta a defender su frontera hasta poder negociar con Fernando VII una salida. A cambio de su neutralidad en lo que quedaba de guerra, aquél recupera su corona (comienzos de 1814) y pacta la paz con Francia, permitiendo así al emperador proteger su flanco sur. Ni los deseos de los españoles, verdaderos protagonistas de la liberación, ni los intereses de los afrancesados que habían seguido al exilio al rey José, son tenidos en cuenta.

Consecuencias

La firma del tratado de Valençay por el que se restituía en el trono a Fernando VII, el Deseado, como monarca absoluto, fue el comienzo de un tiempo de desilusiones para todos aquellos que, como los diputados reunidos en las Cortes de Cádiz, habían creído que la lucha contra los franceses era el comienzo de la Revolución española y también el inicio de la Guerra de Independencia Hispanoamericana.

Referencias

  1. ↑ Razón por la cual también es conocida por la historiografía anglosajona y portuguesa como Guerra Peninsular, si bien en Francia, se conoce también como Guerre d'Espagne.
  2. ↑ Desmantelamiento de las fábricas de textiles de Segovia y Ávila.
  3. ↑ Destrucción de la ciudad de San Sebastián.
  4. ↑ Que no pudo compensarse a pesar de los elevados índices de natalidad propios de la época (Fraser 2006; 758).
  5. ↑ Del 6 a 10% de la población ponderada a partir del censo de 1787.
  6. ↑ Miradas sobre la Guerra de la Independencia en la Biblioteca Nacional
  7. ↑ Relación de actos en Madrid, madripedia.org
  8. ↑ Recibe este nombre debido al ramo de naranjas que Godoy envió a la reina cuando sitiaba la ciudad de Elvas.
  9. ↑ También llamada Batalla de los Tres Emperadores.
  10. ↑ (Duby 2003:576)
  11. ↑ (Fraser 2006:6)
  12. ↑ (Pedro Vicente 2005)
  13. ↑ Tratado de Fontainebleau en Historia del levantamiento, Guerra y Revolución de España, de José María Queipo de Llano, París, 1838.
  14. ↑ Biografía de Sorolla por Artes de España.
  15. ↑ Iker Cortés. «Principado soberano». El Comercio. Consultado el 13 de febrero de 2009. «Un 25 de mayo de 1808 Asturias se levantó contra Napoleón. La Junta General aprobó una declaración de guerra contra los franceses, creó un ejército y ondeó por vez primera la bandera regional»
  16. ↑ Declaración de guerra de 6 de junio.
  17. ↑ Guía Didáctica nº 2 sobre la Guerra de la Independencia, Fundación Dos de Mayo, en la revista La Aventura de la Historia.
  18. ↑ Guía Didáctica nº 3 sobre la Guerra de la Independencia, Fundación Dos de Mayo, en la revista La Aventura de la Historia.

Bibliografía

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  • Artola Gallego, Miguel (2008). La Guerra de la Independencia y libertad. Espasa Calpe. ISBN 978-84-670-2624-5.
  • Aymes, Jean-René: La Guerra de la Independencia en España (1808-1814). Madrid: Siglo XXI de España Editores, 2008. (6ª ed.) ISBN 978-84-323-1335-6
  • Conde de Toreno: Historia del levantamiento, guerra y revolución de España. París, 1851.
  • Diego García, Emilio de: España, el infierno de Napoleón. Madrid, 2008 ISBN 978-84-9734-691-7
  • Duby, Georges (2003). «La reprise de la guerre avec l'Anglaterre et la marche à la guerre générale (1803-1805)», Histoire de la France, des origines à nos jours. París: Larousse. ISBN 2-03-575200-0.
  • Farias, Raafael: Memorias de la Guerra de la Independencia escritas por soldados franceses. Madrid, 1920.
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  • Fraser, Ronald (2006). La maldita Guerra de España. Historia social de la guerra de la Independencia 1808-1814. Barcelona: Crítica. ISBN 84-8432-728-0.
  • García de Cortázar, Fernando, y González Vesga, José Manuel, Breve historia de España, ISBN 84-206-0666-9
  • Olóriz, Hermilio de: Navarra en la Guerra de la Independencia. Biografía del Guerrillero D. Francisco (Espoz y Mina) (sic). Pamplona, 1910.
  • Vicente, Antonio Pedro (2005). «Portugal en 1808: Otro escenario de la guerra peninsular» Revista de Historia Militar (Instituto de Historia y Cultura Militar, Ministerio de Defensa). [1].
  • Malye, Françoise (2007). Napoleón y la locura española. Madrid: Editorial EDAF. ISBN 978-84-414-2038-0.

Literatura

  • Noticia de los principales sucesos ocurridos en el gobierno de España, 1808-1814, del conde de Toreno
  • Episodios Nacionales, de Benito Pérez Galdós
  • Guerra de la independencia: Proclamas, bandos y combatientes, de Sabino Delgado
  • Un día de cólera, de Arturo Pérez-Reverte.

Enlaces externos

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